Un trozo de Calvino me salió como premio en la envoltura de un chocolate con su nombre. ¡Has ganado un premio para visitar la ciudad de Olinda! ¿Dónde queda eso? Ah, Olinda en Brasil... debe ser chévere. Vi sin embargo que el tiquete vencía a la media noche y no quise perder tiempo. Hice mis maletas a toda prisa, pensando en un clima soleado y playas muy cerca. Sin embargo, al llegar al aeropuerto me hicieron pasar a una singular sala de espera. Otros turistas como yo, estaban sentados con sus maletas frente a una mesa que sostenía un costurero y una lupa. Algunos estaban concentrados mirando alfileres y me pregunté qué hacíamos en realidad allí. Algunos lucían como en trance y decidí no tomar ninguna de las bebidas que me ofrecieran. Una azafata sin embargo, muy amablemente me instó a tomar la lupa y me puso un pañito húmedo y caliente para frotar mis manos antes. ¿Qué parodia era esta? No quise contradecir y mucho menos armar un escándalo así que accedí a darle una mirada a uno de los alfileres con cabeza rosa. Los azules me parecían pretensión de sastre adolescente y si algo no me quedaba bien, era una costura. Tomé la lupa y mis ojos se maravillaron ante el viaje ofrecido por Calvino. La ciudad era diminuta pero tenía hasta circo. Recorrí con los ojos todos los callejones, me aprendí el nombre de sus acarameladas calles y hasta seguí a una hermosa mujer trigueña que caminaba entre adoquines sin notar mi mirada. Tuve sed y olvidé la premisa inicial. Me tomé un whisky doble y para cuando desperté estaba esposada en la misma sala. Los demás pasajeros se habían ido y sólo quedaba un reguero de platos rotos que ignoraba de donde había salido. Me adjudicaron el desastre y aunque intenté explicar que me había salido Olinda, entre medio oculta y medio escondida... se burlaron diciendo que Wonka ya no repartía tiquetes dorados y que ningún señor Calvino había descrito circos en sus libros.
Claudia Restrepo Ruiz