sábado, 14 de septiembre de 2013

Escribir, el mejor oficio del mundo. Conversatorio en la Fiesta del libro


¡Ya viene la Fiesta del Libro y la Cultura 2013!

Del 13 al 22 de septiembre viviremos la Fiesta del Libro y la Cultura en el Jardín Botánico, Parque Explora y Planetario.

Queremos invitarlos especialmente a participar en el siguiente evento:
El mejor oficio del mundo. Conversan Martín Caparrós (Argentina), Jon Lee Anderson (Estados Unidos), María Teresa Ronderos (Colombia), Sergio Ramírez (Nicaragua), Jean-Francois Fogel (Francia), Héctor Abad Faciolince (Colombia), Germán Rey (Colombia) y Jaime Abello Banfi (Colombia)

Fecha: Viernes 20 de septiembre

Hora:
10 a.m. 
Lugar:
Auditorio Camilo Torres. Universidad de Antioquia. Calle 67 N° 53 – 108.
Inscripción previa. Informes 4442633 opción 4 extensión 122 
Esperamos contar con su participación. Los invitamos a difundir la invitación entre sus estudiantes y profesores y agradecemos si nos pueden confirmar su asistencia al evento para reservar su lugar.

¡Nos vemos en Fiesta del Libro y la Cultura!

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Link con la programación a La Fiesta del Libro. Todos invitados


http://issuu.com/fiestalibro/docs/programaci__n_oficial?e=7894467%2F4543485


Fiesta del Libro y la Cultura


Del 13 al 22 de Septiembre el Jardín Botánico de Medellín será el escenario de la Fiesta del Libro: La ciudad y los escritores nos esperan en diversos paneles, lanzamientos y conversatorios.


Procuraremos publicar parte de la programación para tenerla presente. 

viernes, 21 de junio de 2013

Olinda

Medio oculta, medio escondida...

Un trozo de Calvino me salió como premio en la envoltura de un chocolate con su nombre. ¡Has ganado un premio para visitar la ciudad de Olinda! ¿Dónde queda eso? Ah, Olinda en Brasil... debe ser chévere. Vi sin embargo que el tiquete vencía a la media noche y no quise perder tiempo. Hice mis maletas a toda prisa, pensando en un clima soleado y playas muy cerca. Sin embargo, al llegar al aeropuerto me hicieron pasar a una singular sala de espera. Otros turistas como yo, estaban sentados con sus maletas frente a una mesa que sostenía un costurero y una lupa. Algunos estaban concentrados mirando alfileres y me pregunté qué hacíamos en realidad allí. Algunos lucían como en trance y decidí no tomar ninguna de las bebidas que me ofrecieran. Una azafata sin embargo, muy amablemente me instó a tomar la lupa y me puso un pañito húmedo y caliente para frotar mis manos antes. ¿Qué parodia era esta? No quise contradecir y mucho menos armar un escándalo así que accedí a darle una mirada a uno de los alfileres con cabeza rosa. Los azules me parecían pretensión de sastre adolescente y si algo no me quedaba bien, era una costura. Tomé la lupa y mis ojos se maravillaron ante el viaje ofrecido por Calvino. La ciudad era diminuta pero tenía hasta circo. Recorrí con los ojos todos los callejones, me aprendí el nombre de sus acarameladas calles y hasta seguí a una hermosa mujer trigueña que caminaba entre adoquines sin notar mi mirada. Tuve sed y olvidé la premisa inicial. Me tomé un whisky doble y para cuando desperté estaba esposada en la misma sala. Los demás pasajeros se habían ido y sólo quedaba un reguero de platos rotos que ignoraba de donde había salido. Me adjudicaron el desastre y aunque intenté explicar que me había salido Olinda, entre medio oculta y medio escondida... se burlaron diciendo que Wonka ya no repartía tiquetes dorados y que ningún señor Calvino había descrito circos en sus libros.  

Claudia Restrepo Ruiz

miércoles, 1 de mayo de 2013

Una hora y catorce minutos


ESTETOGRAMA: 4:15 – 5:29
Por Gloria Eugenia Taborda





El reloj chilla todos los días de lunes a viernes a las 4:15 de la mañana, hora del conticinio, hora querompe con las más oníricas imágenes y despierta al silencio. Es día y es noche. Día por la hora, noche porque la oscuridad se hace más profunda, es madrugada cargada de ausencia. La ventana me habla de esta profundidad, me gusta asomarme a ella para ver las estrellas que aun pueblan la bóveda celeste. Por estos días siempre hay varias  estrellas que se asoman, y creo que me asomo a la ventana en el día a día para ver una estrella fugaz y pedirle un deseo. Todos los deseos son íntimos y por ello, secretos.

Todos los secretos se guardan. La estrella fugaz se ha guardado hasta ahora.
Mis pies entonces calzan el frío  de las sandalias y se dirigen a la lámpara que se enciende a un apretón de mis dedos, me gusta el color que en estas horas le da al ambiente, parece que no quedo contenta, enciendo la otra. Dos luces diferentes, pero dos luces que guardan intimidad para conmigo. La cama debe quedar sin las huellas de una noche de descanso, por eso, y antes de abrir la puerta, todo queda en completo orden. Desde la puerta evalúo la recién acabada tarea.
La puerta se ha abierto, chirria un poco (momento de ponerle aceite) y comienzo a descender con mis pasos, imitadores felinos, por aquellas escalas. Un día, no muy lejos del de hoy caí rodando por ellas. Y hoy y ayer y todos los días después de ese día, se repite la imagen de un cuerpo rodando, el mío, y luego, el dolor profundo en muchas partes del cuerpo. Tanto dolor, tanto dolor que un tris de morfina fue mi salvación. ¡Hice el viaje al zoológico rosado!
El calor se ha pegado a mi cuerpo, esa ducha de agua fría lo mitigará en contados segundos. Siempre me pregunto por qué tantos se arredran ante el agua fría, si cae por el cuerpo como un bálsamo luego de una noche de piyama y sábana. Cae en una pierna, en los brazos, en el pecho, la espalda, la cabeza. Refresca, quita el calor de este cuerpo cuyos calorcitos cósmicos se siguen aferrando a la piel, a la ropa.
Asciendo las escalas para llegarme de nuevo a la habitación, allí están ordenadamente puestas las ropas del día. ¿Para qué tanto orden?  Es el miedo a que el reloj corra más que yo y no llegue a las 5:29 para abordar el Metro, hoy atestado de viajeros que madrugan más que yo y toman felices (me supongo) el asiento que debería ser para mí.
Siempre me preparo un desayuno para más tarde. No piensen que a estas horas mi estómago recibe alimentos sólidos, agua sí, esas otras cosas con que nos alimentamos los que vivimos en esta ciudad (una arepa con queso), no. Vaya que me puede el escrúpulo, confío en mi cocina, en las viandas que guardo en la nevera, en las manos, las mías que preparan lo que deglutiré. Envuelvo cuidadosamente mi alimento matutino, como si fuera un regalo con papel de colores, mi sutil alimento, y lo guardo. Unas horas más tarde será presa en mi boca.
Mis ojos de nuevo se fijan en el reloj, son las 5:16 minutos, hora de salir, de darle vuelta a la llave y encontrarme con el silencio de los árboles, hora de transitar los caminos todavía encendidos por las lámparas de la noche, de escuchar de cuando en cuando el sonido de un reloj despertador que debe estar desperezando a un cuerpo que ha dormido unos minutos más que yo. Llevo el ritmo de mis pasos, siempre llevan igual kilometraje, todo calculado hasta que llego a la avenida Guayabal. Ya los carros, los buses y las motos pasan raudos aprovechando que a estas horas la censura del tránsito no está. Y un olor a aceite quemado por muchas frituras empieza a aporrearme la nariz: palitos de queso, empanadas, papas rellenas y muchas cosas más se fritan en esas grandes sartenes expuestas al polvo, al hollín de los carros y la grasa de la fábrica de jabones que sirve de punto de venta. Y los clientes son los obreros que se aprestan a tomar el turno de las 6:00.  Sus manos están ataviadas con un vaso de café y cualquiera de esas frituras. A pocos pasos me espera el Metro, pero antes de él, la gente que desciende a toda prisa, casi corriendo por esas escalas eternas y que a cualquier hora hacen doler las piernas cuando se suben o descienden. Me espera el puente, me espera la plataforma. Son las 5:29 y a lo lejos se ve el indicador naranja.

lunes, 29 de abril de 2013

Cisneros


Por Lina Henao

CISNEROS…

Ahí está erguido y orgulloso de su obra, la escultura de Francisco Javier Cisneros, el cubano responsable de la construcción del Ferrocarril de Antioquia, así mismo responsable del impulso de la economía antioqueña.

El Túnel de la Quiebra  es otra de sus grandes obras, ahora olvidado por los rugidos del ferrocarril es transitado por las motos adaptadas como coches para transportar a los habitantes de un lado a otro.  Cuenta la historia que dos cuadrillas de hombres iniciaron al mismo tiempo la excavación del túnel en cada uno de los extremos hasta encontrarse en la mitad del mismo y fue tal la precisión de Cisneros y sus hombres que solo erraron por un par de centímetros. ¡Cómo no caminar erguido ante tanta precisión! ¡Cómo no sentirse orgulloso cuando superó el agreste territorio antioqueño para hacer llegar el desarrollo a los sitios más lejanos de nuestras tierras!

Y luego, de ser el ferrocarril el eje de la economía, quien traía y llevaba a los viajeros y transeúntes hasta el río Magdalena, simplemente enmudeció. Y las estaciones una a una fueron cayendo en el abandono.

De la estación Medellín solo queda un pedazo de lo que fue, de su magnitud, de su grandeza… ahora solo hay un par de alas y el abordaje de primera clase. Sin embargo las cicatrices también están a la vista de todos, pero ya hacen parte del paisaje.

Francisco Antonio Cisneros ahora está ahí dando la espalda a lo que fue su gran orgullo, como si estuviera marchándose de aquel lugar que dejó en el olvido su gran obra de ingeniería, la gran obra del desarrollo antioqueño
Ahí está erguido y orgulloso de su obra, la escultura de Francisco Javier Cisneros, el cubano responsable de la construcción del Ferrocarril de Antioquia, así mismo responsable del impulso de la economía antioqueña.






LA DANZA DEL VIENTO



 Por: Lina Henao

Son pocos los árboles que habitan en el parque San Antonio, las esculturas de El Pájaro (el que recuerda la cruda violencia de la ciudad y el nuevo), Venus y el Torso Masculino de Fernando Botero miran hacia el centro, un espacio lleno de adoquines donde hay pintada una improvisada cancha de microfútbol.

Allí el viento siempre está, a veces con fuerza, en otras ocasiones se hace imperceptible.

“Ana, Lucía y Juan” transitan por San Antonio, sienten el viento, su frescura y no pueden dejar de bailar con él.

“Ana” inicia una danza, la sigue “Juan” abriendo sus brazos como si desplegara las alas, mientras “Lucía” la más pequeña se agarra de su padre para evitar que el viento la eleve.