Por: Lina Henao
Son
pocos los árboles que habitan en el parque San Antonio, las esculturas de El
Pájaro (el que recuerda la cruda violencia de la ciudad y el nuevo), Venus y el
Torso Masculino de Fernando Botero miran hacia el centro, un espacio lleno de
adoquines donde hay pintada una improvisada cancha de microfútbol.
Allí
el viento siempre está, a veces con fuerza, en otras ocasiones se hace
imperceptible.
“Ana,
Lucía y Juan” transitan por San Antonio, sienten el viento, su frescura y no
pueden dejar de bailar con él.
“Ana”
inicia una danza, la sigue “Juan” abriendo sus brazos como si desplegara las
alas, mientras “Lucía” la más pequeña se agarra de su padre para evitar que el
viento la eleve.
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