Por Claudia Restrepo Ruiz
A Claudia la despiertan a las
siete menos diez y digo la despiertan porque en ella no funcionan las alarmas,
los grillos programados en el celular ni la luz que desde hace más de una hora,
entró por la ventana. Su esposo madruga a caminar y para cuando llega es el
momento propicio. Tan pronto abre los ojos, busca vestigios de sueños, le
fascina soñar. Cuando comprueba que no hay nada, se levanta, mira al
atrapasueños que es más un atrapapesadillas
y comienza el día repasando los elementos que debe tener presentes al
empacar, media hora más tarde. El agua
le gusta tanto como los sueños pero no es de las que se demora en la ducha a
menos que se lave el pelo. Cuando se baña, tiene la sensación de que el agua
sana y que todos los vicios del pensamiento se escurren por la rendija bajo sus
pies. Siempre tiene que esperar a conocer el ánimo del día para elegir cómo
vestirse. No comprende como hay mujeres que desde el lunes tienen seleccionado
el atuendo de la semana completa. Hoy por ejemplo, llueve y al gris de un jean
le iría bien una bufanda morada. En semana usa tacón pero los tenis son
exclusivos del fin de semana. Se calza y procede a desayunar, con cocacola
porque ese vicio no es mental y no tiene interés en desarraigarlo, una arepita
de chócolo con queso. Cuando termina, va al estudio, empaca el cuaderno, la
cartuchera y el folder y regresa al baño para maquillarse un poco. Es entonces
cuando el espejo le revela que aún tiene estragos de la sombra anterior. Toma
un copito, lo baña en crema, se quita el estrago y lo cubre con polvo. Luego
elige entre la raya negra o la café y delinea la parte inferior de sus
párpados. Usa pestañina –siempre se debe llevar pestañina– y se pone el labial
que no llegará ni siquiera a la universidad –también se lo come, pero de manera
inconsciente–. Y cuando cree estar lista
empieza el caos porque no encuentra las llaves del carro. Sería más sencillo si
las pusiera siempre en el mismo lugar pero como la danza entre bolsos día a día
tiene lugar, es impredecible saber dónde están. Cuando las encuentra reparte
besos y sale camino a la universidad. Entonces la música invade su espacio
móvil y en el trayecto… surgen ideas de
cuentos, nombres de personajes y reflexiones para su blog: bitácora del cuerpo.
Llega puntual a clase y toma uno de los puestos de adelante para que su miopía
tenga que contentarse con lo que alcanza a ver y no con la muleta de unas gafas
que apenas si está aprendiendo a conducir. Toma la palabra y lee un fragmento
del texto Rata, caballo, pájaro o gato.
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