martes, 12 de marzo de 2013

Estatua


El pasado se hace presente de las faldas de una mujer pintada de negro. Inmóvil, sin ser mimo, ni payaso, actúa el olvido sobre un banco. Son las doce y me pregunto qué siente su piel con el zenit; cómo domina la sed, a qué hora desayunó, cuándo será su almuerzo. Un cuenco dorado hace las veces de alcancía abierta para los transeúntes que pasan conscientes y ante quienes su presencia, representa un despertar interno. Sin embargo, no veo muchos de dichos transeúntes y ni yo lo soy para ella, al menos hoy. La retrato con cierto pesar. No me atreví a preguntarle algo que la devolviera a la realidad. ¿Y sí esa es su realidad? Ser un fantasma de alguien más... Entonces pienso en el ritual que debe ser quitarse todo ese betún en las noches. Largos minutos debajo de la ducha tratando de reconocer quién es. Con el agua regresa el anhelo de su tacto: artista también, quien le justifica las horas, el sol, la expectativa, el dolor. Y entonces su piel, abierta hacia adentro, devuelve la caricia, se aferra a sus brazos, sed de su boca, hambre de labios. 

-Mañana te toca dorado. Avenida El Poblado, semáforo antes de El Campestre. ¿Está bien?
-Estaría mejor si estuvieras a mi lado.
-Lorena, ya lo hemos hablado. Dos estatuas juntas, no paran el tráfico.



1 comentario:

  1. Qué buen texto, estimada Claudia. Reflexionar sobre ese discurrir de las dramaturgias urbanas desde diversas tipologías de texto, como lo evidencias en este blog, tanto visual como escrito, resulta ser un ejercicio bastante consecuente con la idea de ilustrar el habitar en el espacio.

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