Por: Claudia Restrepo Ruiz
Quería representar mi segundo alumbramiento, mi primera novela, Ciento uno, de la que no mencioné, ni el título. Tenía clara la idea pero no tenía certeza de cómo sería mi intervención en el espacio. ¿Sería poética? Me lancé al ruedo pronto para no continuar pensando y ejecutar una propuesta simple basada en dos premisas: Escribir una novela es como un parto y es más fácil atrapar a un conejo que a un lector.
Intenté pujar los capítulos en su orden: Insomnio, Inapetencia, Dolor... sin embargo el performance y los nervios me invirtieron la configuración, después de insomnio dije fatiga y luego me salté dolor -me estaba doliendo ser actriz de mi misma- No mencioné tampoco, que mi vestuario de cirujano-paciente correspondía a que la escaleta de mi obra estaba constituida por los síntomas de una enfermedad: la bipolaridad en la fase depresiva. Dí a luz tan rápido que bien habría pasado por un insecto y no una novelista cuya obra tardó diez años en configuración y dos en ejecución.
Como el parto de libros no tuvo dolor y enhorabuena todos mis encuestados se declararon lectores, di con cariño esa parte de mí que anhelaba ser abierta, auscultada, devorada. Pues no sé si notaron que ahora los libros vienen empacados como carne al vacío y las manos del lector para las que fueron hechas... ya no tienen ni el chance de auscultar porque el mercadeo exige primero comprarlos.
Una transeúnte desprevenida, también me recibió el libro y quizás ese fue el logro más significativo, porque bien pudo haberme dicho que no, bien pudo asustarse con mis fachas.
Al final declaré una imprecisión: "...atrapé cuatro conejos" y digo imprecisión porque repartí más libros y porque como lectores tienen el derecho de leer, interrumpir o no comenzar su lectura. Es parte de los riesgos del oficio. Prometo que no habrá trampas ni comadrejas en mi novela. Tal vez una, dos o muchas ovejas.
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