Se ha desprendido una gárgola y dicen las emisoras, ahora sobrevuela la ciudad. Agotada de ser escupidera celeste se ha prometido cerrar la boca, y abrirla solo para morder aquello que amerite un aterrizaje en medio de tanto riesgo. Las autoridades tiene la alerta narnaja y hasta el zoológico Santafé ha preparado una jaula para recibirla. Prometen tener los mejores vecinos para garantizar su ambientación y dotarla diariamente con perniles de ternero, sin pellejo. El zoológico visto desde arriba, podrá ser una tentación para las guacamayas, pero no lo es para esta hiena, que sin embargo, se siente sola, sin su manada. Espera entonces que anochezca y va al único lugar donde no esperan verla. Trata de despertar a sus comadres y se da cuenta que no tienen la misma fuerza. La más anciana le sugiere huir... evita el río, sólo te traerá molestias. Curiosa, la hiena hace exactamente lo contrario y cuando su piel toca el agua descubre el significado de una cloaca. Intenta alzar el vuelo pero el asco es superior a su voluntad. El río sube, la toma, se la lleva. Los hedores la dopan, la confunden, la agotan. La espuma sube, ya no sabe dónde está, inmensas pompas de jabón en ambas riberas la emborrachan hasta el límite. Entre la superficie y el suelo, la corriente la hace rodar. Pierde un diente. Pierde otro. Pierde la esperanza. Es un ahogado más... Las alas se han desprendido. El cuerpo lacerado necesita una ambulancia. Toca una orilla. Le cuesta abrir los ojos. Ve el sol después de días. No hay rumores de ciudad ni voces humanas cerca. Y cuando cree que lo peor ha pasado. Un enorme toro que en otro momento habría mordido en la yugular, se orina en su rostro.
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